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POR MARINA AIZEN

Desde que los científicos empezaron a advertir en los años ’80 sobre las consecuencias del aumento de la temperatura en la Tierra, el tema nunca adquirió la centralidad que estuviera a tono con las amenazas que teníamos en ciernes. Y, a pesar de los numerosos tratados que se firmaron desde entonces —Kyoto, París, Kigali—, el cambio climático siguió siendo el último orejón del tarro de la verdadera política de los países.

De hecho, las inversiones en petróleo se aceleraron. Se gastaron billones y billones de dólares en eso. Y las emisiones, claro, fueron récord.

La asunción de Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos promete, sin embargo, un cambio de ese paradigma. Acaso porque el Covid-19 demostró cómo un factor externo a la economía, como un virus invisible, pudo desencadenar un shock sistémico global, la política climática ya no puede quedar relegada a un factor apenas aspiracional.

Además de volver a sumar al país al Acuerdo de París, una señal inequívoca del compromiso climático de Biden es la cancelación definitiva del oleoducto Keystone XL, un proyecto muy resistido por ambientalistas, comunidades rurales y originarias.

Este iba a llevar petróleo desde los yacimientos de arenas bituminosas en Canadá, los más contaminantes del mundo, hasta las refinerías del sur de los Estados Unidos. A pesar de que la compañía constructora prometía operar el ducto con energías renovables, lo que es todo un contrasentido, la nueva administración no se dejó seducir. Y eso que era una inversión de US$8000 millones.

Sumado a ello, Biden armó un verdadero equipo interdisciplinario para que la política de descarbonización de la economía estadounidense esté integrada a todas las áreas del gobierno, y la tome como eje central para la recuperación de la inmensa crisis económica que el Covid-19 deja como lastre. Por eso, el lema es “reconstruir mejor”.

El equipo para la reconstrucción

En el nuevo gobierno hay gente que trabajó en la administración de Barack Obama, como Gina McCarthy, que fue la jefa de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), el “ministerio” que regula el uso del ambiente. No obstante, también hay nuevas caras.

Lo que viene no es una mera continuación de lo que fue Obama, sino un planteo mucho más holístico de cómo enfrentar lo que el nuevo presidente llama “desafío existencial”.

Una muestra de eso es, por ejemplo, la nominación de Janet Yellen, extitular de la Reserva Federal, al Departamento del Tesoro, desde donde podrá revelar y regular la exposición de las compañías a las causas y los riesgos del cambio climático. Esto incluye, desde ya, a las petroleras, cuyos balances están últimamente en un rojo furioso.

Esperen cambios desde Wall Street (el mundo financiero) hasta lo que por allá llaman “Main Street” (la economía real). El poder del Tesoro es inmenso, ya lo vemos en los papelitos verdes por los que nos desvelamos los argentinos:  “In God we trust”.

La descarbonización, el objetivo

Biden entiende que el abordaje contra el cambio climático no es una mera sustitución tecnológica en materia de energía y transporte, sino que incluye también el uso de la tierra, la producción de alimentos, la conservación, el impulso de la investigación científica, las finanzas nacionales e internacionales y, claramente, la diplomacia.

En el gabinete presidencial hay dos zares para el clima. Una es interna: la propia McCarthy. El otro es externo: John Kerry, que fue uno de los diplomáticos esenciales para que hubiera Acuerdo en París en 2015. Estará sentado en el equipo de Seguridad Nacional del Presidente y su misión será impulsar la descarbonización más allá de las fronteras.

Para el departamento de Interior, viene Deb Haaland. Lo de ella es fundamental porque en tierras fiscales —cuyo manejo está bajo su jurisdicción— están los reservorios de gas y petróleo donde se hace fracking. Esto probablemente traerá noticias que a la industria no le van a gustar. De hecho, el Instituto Americano de Petróleo ya lanzó sus perros contra la administración que viene por este tema.

Todo lo que sirva para “secuestrar” carbono de la atmósfera va a estar en la mesa, desde una agricultura que ayude a ese fin, hasta el financiamiento de tecnologías de captura directa. Esta es la era de los inventos, una oportunidad fenomenal para repensar nuestra relación con la naturaleza.

La meta de Biden es descarbonizar la matriz eléctrica en 2035 y prohibir en esa fecha la venta del motor de combustión, todos objetivos muy ambiciosos. Pero, en vez de entenderla como políticas restrictivas, supone un enorme espaldarazo a la creación de trabajos, a la innovación y a la redistribución del ingreso de forma más equitativa.

No una sino cuatro crisis

Vamos a hablar mucho de “justicia climática” y esto es interesante, porque Biden entiende a la crisis ecológica como una oportunidad para impulsar la agenda no sólo del ingreso más equitativo, sino también de género y de raza, ambas cuestiones muy candentes en los Estados Unidos.

La elección especial en Georgia, que le dio a los demócratas un ajustado margen en el Senado, es una gran noticia tanto para la legislación del clima —Biden quiere gastar US$2 billones en la materia—, como para la confirmación del gabinete, ya que los republicanos pierden la titularidad de los comités y, por lo tanto, el manejo de su agenda.

Estados Unidos es un país que viene con una herida política abierta, como lo vimos en los últimos días de Donald Trump y el asalto al Capitolio. Biden ha prometido tratar de sanar esa grieta, lo cual tendrá también su costado climático. Necesitará alcanzar republicanos, que hasta ahora han sido obtusos destructores, para darle más volumen al desafío.

¿América latina?

Para América latina, todo esto tendrá consecuencias profundas. No sólo porque Kerry, que conoce la región, va a estar tocándole la puerta a cada gobierno para presionarlo por su política de descarbonización. También por el voto decisivo que los Estados Unidos tiene en los organismos financieros internacionales, empezando por el Fondo Monetario (FMI), pero también el Banco Mundial y el BID, entre otros.

¿Aceptará el FMI un programa con la Argentina si el gobierno de Alberto Fernández continúa con fuertes subsidios al petróleo y al gas? Esa es una gran pregunta que comenzará a revelarse pronto. El Presidente y su ministro Martín Guzman —de quien dependen las partidas para los subsidios— deberían ir pensando en esto.

Será muy poco probable que los Estados Unidos haga inversiones directas en Vaca Muerta o cualquier otro emprendimiento fósil como sucedió con Trump. Un dato: la propia Kamala Harris, vicepresidenta de Biden, firmó en 2019 una carta con otros senadores oponiéndose a créditos para compañías que hacen fracking, entre ellas, Vista Oil. Todo eso se acabó.

Geopolítica del clima

Estados Unidos va a querer competir con China en América latina con su propia tecnología limpia, lo que podría representar una oportunidad para la región, tanto para obtener financiamiento como para tener acceso a insumos aún más baratos de lo que están ahora.

Los países que no entiendan que, con Biden, ha empezado una nueva era de la geopolítica del clima no podrán competir en la arena internacional, lo que terminará influyendo en sus economías domésticas, porque a ello estará atada su capacidad (o no) de acceder a los mercados externos.

En Washington, Vaca Muerta ya no será considerada como una promesa de desarrollo por su inmensa cantidad de hidrocarburos, sino como una “bomba de carbono”. Así también será considerado el avance de la frontera agrícola sobre territorios boscosos, como el Amazonas o el Gran Chaco. Es importante que nuestros gobernantes detecten ese cambio de narrativa.

El terrorífico año 2020 se despidió con un récord de alza de temperatura, a pesar de que “la Niña” —la oscilación en el Océano Pacífico contraria al “Niño”— genera condiciones más frías en el planeta, lo que debería alarmar a todos los políticos del mundo. En la Argentina, con terribles incendios, vimos de primera mano cuán crueles pueden ser los impactos de una atmósfera totalmente enrarecida por la acumulación de dióxido de carbono.

Con los Estados Unidos fuera de la mesa de la batalla contra el clima, sin Europa, China y Japón —que, junto al Reino Unido y Corea del Sur, han anunciado ambiciosas metas climáticas— la aguja del amperímetro no se hubiera movido. Dentro de cuatro años, cuando miremos a 2020, estaremos en un mundo tan cambiado que nos preguntaremos: ¿en qué estábamos pensando? ¿Por qué perdimos tanto tiempo?

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