POR PILAR ASSEFH
Carbón, petróleo y gas. Cuando de energía se trata, nuestra cosmovisión se vuelve limitada. Estos combustibles fósiles son las fuentes del desarrollo, los emancipadores de las naciones, los posibilitantes de la prosperidad económica. Todo lo demás es alternativo. O, al menos, de eso nos quieren convencer.
Nada más poderoso que la fuerza del viento o la radiación del sol. Sin embargo, no confiamos en ellas para iluminar nuestras ciudades, impulsar nuestros vehículos o asegurar nuestra soberanía energética. No, para ello la respuesta es siempre carbón, petróleo y gas.
A fuerza de quemarlos cada vez más intensivamente es que forjamos nuestro mundo desde la Revolución Industrial hasta aquí: un mundo que, hoy, se ha quedado sin respuestas ante la crisis del Covid-19.
¿Y qué sucedió con esa energía? ¿Qué fue y qué soluciones nos aportan esas fuentes por las que hemos sido capaces de sacrificar bosques, mares, especies, la pureza del aire e incluso nuestra salud, al tiempo que aceptamos sin miramientos la condena que el cambio climático supone para el Planeta todo (nosotros incluidos)?
Según la Agencia Internacional de Energía, la demanda global energética podría disminuir alrededor de 6% durante 2020: el equivalente a la demanda combinada de Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido en 2019. La caída representaría siete veces el impacto de la crisis financiera de 2008, revirtiendo el crecimiento de los últimos cinco años. No tiene precedentes.
En este contexto, la resiliencia demostrada por cada industria muestra un marcado contrapunto.
El caso de la petrolera es conocido: pocos datos ilustran tan bien lo contundente de su desestabilización como la caída interanual del 30% que experimentó la demanda de crudo en abril; o el desplome del precio de referencia en los Estados Unidos el 20 de dicho mes, que lo ubicó en el nunca antes visto valor negativo de US$ 37,63 (sí, el vendedor le tuvo que pagar al comprador para librarse del petróleo: insólito).
En contraste, las fuentes de energía renovable —esa “alternativa”— sostuvieron su crecimiento. Sólo en el primer trimestre, su demanda se expandió cerca de 1,5%, como correlato de la producción adicional de nuevos proyectos eólicos y solares completados en 2019, y su prioridad de despacho. Es más, su participación en las matrices eléctricas aumentó consideradamente en la primera parte de este año, alcanzando récords por hora en Bélgica, Italia, Alemania, Hungría y el este de los Estados Unidos.
Este desempeño, claro está, se refleja en la evolución bursátil de algunas de las compañías líderes del sector; lo cual, a su vez, nos ofrece un mapa de ruta respecto de las expectativas del mercado en el mediano plazo.
Empecemos por las petroleras:
- Exxon Mobil Corporation (XOM): caída del 30,7%. Su valor en la Bolsa de Nueva York pasó de US$ 62,12 el 1° de enero a US$ 43,44 el 10 de agosto.
- Repsol (REP.MC): caída del 46,43%. Durante los últimos ocho meses, su cotización en la Bolsa de Madrid se redujo de 12,47 euros a 6,68 euros (10/08/2020).
- Petrobras (PBR): caída del 38,90%. Su valor en la Bolsa de Nueva York inició el año en US$ 14,11 y se encuentra ahora en US$ 8,62 (10/08/2020).
- YPF (YPF): caída del 31,41%. En los ocho meses que van del año, el valor de sus papeles en la Bolsa de Nueva York pasó de US$ 9,39 a US$ 6,44 (10/08/2020).
Ahora, las renovables:
- Iberdrola (IBE.MC): alza del 10,43%. De enero a agosto, su valor fue de 9,87 euros a 10,90 euros (10/08/2020).
- Solaria (SLR.MC): alza del 63,3%. En los últimos ocho meses, evolucionó de 8,45 euros a 13,80 euros en la Bolsa de Madrid (10/08/2020).
- Siemens Gamesa (SGRE.MC): alza del 43,47%. De enero a agosto de 2020, su cotización ascendió de 14,40 euros a 20,66 euros (10/08/2020).
Problemas de hoy, soluciones de ayer
Con estos números a mano, se entiende por qué la industria fósil fue de las primeras en pedir medidas de rescate ante la crisis impuesta por el Covid-19. Y las está recibiendo.
De acuerdo al Energy Policy Monitor —que hace un seguimiento de las políticas económicas de recuperación al Covid-19 vinculadas al clima y la energía—, hasta el momento, los gobiernos del G20 han comprometido al menos US$ 151.000 millones de sus paquetes de recuperación post-pandemia para apoyar a la industria fósil. Un dato no menor: sólo 20% de este dinero condiciona la ayuda financiera a requisitos ambientales, como establecer metas climáticas o aplicar planes para reducir la contaminación. Llamativamente menor es el monto comprometido para la industria renovable: US$ 89.000 millones, de los cuales sólo US$ 16.000 millones se traduce en apoyo incondicional a fuentes como la solar o la eólica.
“Sostener el actual modelo de consumo de combustibles fósiles sería considerado como parte de la solución. Sin embargo, no se debe dejar de tener en cuenta que el costo social y ambiental de sostener un modelo de producción, extracción y consumo de fósiles que derivó en esta crisis sanitaria sin precedentes que afectó de gran medida la economía, será aún más alto”, plantea plantea María Marta Di Paola, directora del área de Investigación de Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN). Y tiene razón.
Las respuestas económicas que los gobiernos están ensayando ante la pandemia no hacen sino intensificar las mismas tendencias que existían previo a ella.
Entre 2015 y 2017, los subsidios a los combustibles fósiles treparon de US$ 4,7 billones a un proyectado de US$ 5,2 billones a nivel global, según las últimas estimaciones publicadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trata de poco más del 6% del PBI mundial. Pese a todo ese caudal de dinero público destinado a ellos (el carbón y el petróleo, en conjunto se quedaron con el 85%) hoy la industria está en crisis, y pide más. ¿Estamos dispuestos a darle más, aun sabiendo que hacerlo sólo llevará a economías más agotadas y un planeta inhabitable?
Se le atribuye a Albert Einstein el dicho: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Si lo hacemos, claramente, estamos todos locos.