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POR PILAR ASSEFH

América latina tiene un récord triste: es la región con más asesinatos a defensores de la tierra. Así lo constata Global Witness cada año, desde que inició sus registros en 2012. En 2019, el número llegó a su nivel más dramático: 212 asesinatos (dos tercios del total). Defender el ambiente, lo sabemos, afecta intereses. Y se cobra vidas. Nuestras vidas.

Las actividades extractivas, la minería en particular, se asocian a la mayor parte de estos crímenes. Solo en 2019, 50 personas murieron por esta causa, más de la mitad aquí mismo, en América latina.

En la luz de estos datos, lo que viene pasando en la Argentina toma otro color. 

No es NO

Tanto en Chubut como en Catamarca, los vecinos y vecinas enfrentan al lobby de la megaminería, a todo su poderío y todo el dinero con el que intentan legalizar sus actividades. Lo hacen en defensa de su derecho humano más básico: el acceso a agua segura, ese elemento esencial para la vida y que vale muchísimo más que cualquier cosa que puedan extirpar de la tierra.

En Chubut, de momento, parecen haber entendido que no es no. Pero, los vecinos siguen alerta, mientras reclaman que se discuta la iniciativa popular, que cuenta con más de 30.000 firmas.

No sucede lo mismo en la catamarqueña Andalgalá, donde los manifestantes fueron perseguidos, filmados y detenidos. Incluso se llevó militares al lugar para amedrentarlos. Recién este lunes fueron liberados. Y sus testimonios ponen los pelos de punta. Torturas en democracia, esto es lo que está pasando en nuestro país. Torturas a quienes desde hace más de una década defienden el agua. La ecuación es simple: más minería, menos derechos humanos; más minería, menos democracia.

Demonizar los reclamos

Este mes también vimos estallar el conflicto en Neuquén. Los trabajadores de la salud autoconvocados son los mismos que le pusieron el cuerpo y su propia salud no solo a la pandemia Covid-19, sino al colapso del sistema sanitario de la provincia en 2020. Antes de salir a las rutas, presentaron amparos y agotaron todos los medios que tenían a disposición. ¿La respuesta? Silencio. Parece que cortar el acceso a Vaca Muerta es la única herramienta que tienen para ser escuchados.

Porque todo esto sucede a pocos kilómetros de ese “sueño que crece”, esa Vaca Muerta que alimentamos como si estuviera viva. No hay plata para darle a los médicos un salario digno y acorde a su nivel de entrega (sólo aplausos que ya ni se escuchan), pero sí miles de millones de dólares en subsidios que el Estado (es decir, todos nosotros) le entrega sin que nos dé nada a cambio.

No es por culpa de los trabajadores de la salud que Vaca Muerta está estancada. Mucho antes de estos 21 días de cortes, las proyecciones ya indicaban que no iba a haber gas suficiente este invierno. Pero el lobby, y todos los brazos con los que se extiende a través de políticos y medios de comunicación, encontró en ellos un gran chivo expiatorio para explicar por qué Vaca Muerta sigue sin rendir frutos. 

¿Cómo se resolvió el conflicto? Sin resolverse. Antes de llegar a un acuerdo, el Gobierno dio un golpe de gracia: sacó los alimentos de merenderos y comedores, también la leña y el aumento de programas a las familias sin trabajo que apoyaron el reclamo de los autoconvocados. Este es el nivel de nuestra política. En lugar de acercar posiciones, genera grietas, aprieta dónde más les duele a quienes no tienen cómo defenderse. Porque son muchos los neuquinos que apoyan y consideran justo el reclamo, y los manifestantes liberaron las rutas en solidaridad con ello.

Filosofía barata y zapatos de goma

Qué triste que todo esto suceda en el mismo mes en que el Acuerdo latinoamericano de Escazú entró en vigor. Se supone que este viene a resguardar a los defensores de la tierra, a salvaguardar los derechos humanos en la región. Argentina lo firmó y ratificó. Pero, demuestra con sus acciones y omisiones que el tema no está verdaderamente en su agenda.

Al mismo tiempo que todo esto sucedía, el presidente Alberto Fernández afirmaba su compromiso con la lucha climática en la Cumbre de Líderes de su par estadounidense Joe Biden. Para subirse al escenario internacional, siempre tiene un listado de promesas bajo la manga. Pero, fuera de ellos, es tan raro escucharlo hablar de cambio climático que cuesta encontrarle sentido a sus palabras.

Desde la cartera nacional de Ambiente se quejan de que nadie se interesó por los anuncios de Fernández. Pero, nos preguntamos, ¿a qué hay que prestar atención? ¿A lo que dijo o a lo que no dijo? ¿A sus anuncios o a las políticas de su Gobierno, que tan distantes están?

Defender el ambiente no es solo participar de eventos internacionales ni decir un conjunto de palabras que pueden sonar bonitas. Defender el ambiente es defender los derechos humanos: los tuyos, los míos, los de los pobladores de Chubut y de Andalgalá, los de los autoconvocados de salud. Defender el ambiente es defender el agua, el suelo, el aire. Defender el ambiente es actuar aquí y ahora. Todo lo demás es filosofía barata y zapatos de goma. 

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