- 2024 fue uno de los años más calurosos en la historia de América Latina y el Caribe.
- Sequías, incendios forestales e inundaciones generaron impactos sociales, económicos y ambientales severos.
- La pérdida de glaciares y la escasez hídrica agravan la vulnerabilidad de la región.
- La matriz energética latinoamericana es una de las más limpias del mundo, pero la desigualdad persiste.
- Se necesita una transición energética justa, resiliente e inclusiva para enfrentar la crisis climática.
En 2024, América Latina y el Caribe enfrentaron una de las peores crisis climáticas de su historia reciente. El aumento de las temperaturas, acompañado por fenómenos extremos como sequías severas, incendios forestales sin precedentes e inundaciones catastróficas, dejó al descubierto la alta vulnerabilidad de la región ante el cambio climático. Según el informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la temperatura media estuvo 0,90 °C por encima del promedio del período 1991–2020, lo que convirtió al año en uno de los más cálidos jamás registrados en la región.
Los efectos no se limitaron a los récords térmicos. La desaparición del último glaciar de Venezuela —el Humboldt— simboliza de manera trágica la acelerada pérdida de la criosfera andina. Con ello, Venezuela se convirtió en el segundo país del mundo, después de Eslovenia, en perder todos sus glaciares. La cordillera de los Andes, esencial para el suministro hídrico de millones de personas, ha perdido un 25 % de su cobertura de hielo desde finales del siglo XIX, con tasas de derretimiento en los glaciares tropicales hasta diez veces superiores a la media mundial.
Un año de extremos
El informe destaca cómo El Niño contribuyó a una sequía sin precedentes en la Amazonia, el Pantanal y zonas del Caribe. El río Negro, en Manaos, descendió a su nivel más bajo en 112 años, afectando la navegación, el acceso al agua y la biodiversidad. En paralelo, incendios forestales devastaron más de 15 millones de hectáreas en países como Bolivia, Brasil, Belice y Chile. Este último país vivió el peor desastre natural desde el terremoto de 2010, con más de 130 víctimas mortales por incendios.
En contraste, las precipitaciones extremas causaron severas inundaciones. En Brasil, las lluvias torrenciales en Rio Grande do Sul afectaron a más de 2,3 millones de personas, con pérdidas en el sector agrícola por más de 8.500 millones de reales. Estos eventos reflejan una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos extremos, exacerbados por el calentamiento global.
El Caribe y América Central tampoco escaparon al caos climático. El huracán Beryl, el más fuerte que haya tocado tierra en Granada, arrasó islas enteras. En Haití, la combinación de inestabilidad política, violencia y cambio climático dejó al 48 % de la población en situación de inseguridad alimentaria aguda.
La dimensión humana de la crisis
La agricultura, base de la seguridad alimentaria y fuente de ingresos para millones de personas en América Latina, fue uno de los sectores más afectados. La pérdida de cultivos y ganado, el aumento de plagas y enfermedades, y la interrupción de las cadenas de suministro, generaron una ola de hambre, pobreza y migración.
En Guatemala, el 60 % de los productores debió retrasar la siembra por falta de lluvias. En Honduras, la tormenta Sara afectó cultivos clave como maíz y arroz. En Argentina, las sequías comprometieron la producción de granos y pusieron en riesgo más de cuatro millones de cabezas de ganado.
La migración climática, aunque aún subestimada, comienza a perfilarse como una de las principales consecuencias del cambio climático en la región. Agricultores que pierden sus medios de vida, comunidades desplazadas por huracanes o incendios, ciudades costeras amenazadas por la subida del nivel del mar: el rostro humano de la crisis climática es cada vez más evidente.
La urgencia de una transición energética
En este escenario, la transición hacia una matriz energética más limpia, resiliente y sostenible no es una opción, sino una necesidad urgente. América Latina tiene el potencial para convertirse en un líder global en energías renovables: dispone de abundantes recursos solares, eólicos, hidroeléctricos y geotérmicos. Sin embargo, el avance hacia una transición energética ha sido desigual y, en muchos casos, lento.
El informe de la OMM subraya que, a pesar de las oportunidades, la región aún depende en gran medida de los combustibles fósiles, especialmente para la generación eléctrica, el transporte y la industria. Esta dependencia no solo contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que también expone a los países a la volatilidad de los precios internacionales del petróleo y el gas.
Una transición energética exitosa en ALC debe tener en cuenta no solo los aspectos tecnológicos y económicos, sino también los sociales. Es fundamental garantizar que los beneficios del cambio —como el acceso a energía limpia, la creación de empleos verdes y la mejora de la calidad del aire— lleguen a toda la población, especialmente a las comunidades históricamente marginadas. Este enfoque, conocido como “transición energética justa”, implica incluir a los trabajadores de sectores fósiles en los nuevos empleos sostenibles y asegurar mecanismos de protección social durante el proceso de cambio.
Políticas públicas e inversiones sostenibles
Para avanzar hacia una transición energética efectiva, los países de América Latina necesitan fortalecer sus marcos regulatorios y atraer inversiones verdes. Esto incluye eliminar subsidios a los combustibles fósiles, establecer metas ambiciosas de descarbonización y desarrollar planes de adaptación y resiliencia climática a nivel nacional y local.
El financiamiento climático será clave. Los países desarrollados y organismos multilaterales deben cumplir con sus compromisos de financiamiento para apoyar la transición energética en el Sur Global. Esto permitirá a los países latinoamericanos implementar proyectos de energía renovable, infraestructura resiliente y tecnologías limpias, sin poner en riesgo su desarrollo económico.
También es esencial mejorar la educación y la capacitación en energías renovables, eficiencia energética y gestión ambiental, para preparar a la fuerza laboral del futuro y fomentar la innovación regional.
Conclusión: el tiempo se agota
El informe Estado del Clima en América Latina y el Caribe 2024 es una llamada de atención clara: el cambio climático ya está aquí, y sus efectos están profundizándose cada año. América Latina no puede permitirse la inacción. La transición energética es una de las herramientas más poderosas para frenar el deterioro ambiental y construir un futuro más justo y seguro.
Aprovechar el potencial renovable de la región, proteger los ecosistemas clave y asegurar una transición justa son pasos esenciales para enfrentar la crisis climática. Pero el tiempo es limitado. La ventana de oportunidad para actuar se está cerrando rápidamente, y lo que está en juego no es solo el clima, sino el bienestar y la supervivencia de millones de personas.