La física y climatóloga chilena Maisa Rojas fue muy sincera al socializar los hallazgos del más reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) —el órgano de Naciones Unidas que estudia la ciencia física del clima—: sin importar lo que hagamos, el aumento de la temperatura media llegará a 1,5°C en algún momento de los próximos 19 años.
Detrás de sus palabras, late la esperanza. Aún se le puede bajar el volumen al apocalipsis para darnos la oportunidad de construir un futuro, no igual al presente que tenemos, pero sí adaptado a las nuevas condiciones. Cierto, algunos impactos —como la suba del nivel del mar o el derretimiento de los glaciares— ya no tienen vuelta atrás, pero otros, como dice Rojas, se pueden lentificar.
Cambiar la conversación
Ahora bien, la científica chilena fue muy clara: esto sucederá sólo si se alcanzan las emisiones netas cero. Esto requiere de decisión y acción, empezando por lo local, pero teniendo en mente lo global.
La transición energética puede dar esa primera vuelta de timón al apostar por las fuentes renovables para electricidad y calefacción, también modificar los patrones de movilidad puede contribuir a reducir emisiones de manera significativa. Se suman acciones en manejo de residuos y un cambio de paradigma que privilegie la economía circular, variar la manera en que se producen y consumen los alimentos y adoptar filosofías empresariales más sostenibles, entre otras.
Entonces, ¿por qué aún no hemos dado el salto? Ciertamente, quedan personas por convencer de la acción climática, pero muchas ya son conscientes de que el cambio climático es el desafío de nuestro tiempo.
“Tenemos el reto de explicar el cambio climático en palabras normales”, comentó Kirsty Hayes, embajadora del Reino Unido en la Argentina, durante la COP26 Media Summit, organizada por Periodistas por el Planeta (PxP) algunos días atrás. Laura Rocha, presidenta de esta organización, la secundó: “Necesitamos cambiar las narrativas para sumar a más personas a la conversación. De esta manera, podremos construir un futuro, todos juntos”.
Cómo lidia el cerebro con las amenazas
En una encuesta de opinión realizada por el Instituto Lowy en Australia durante 2020, una importante mayoría consideró a las sequías y la escasez de agua (77%), así como a los incendios forestales y las inundaciones (67%), como amenazas críticas. Pero, sólo el 59% dijo lo mismo sobre el cambio climático, a pesar de que esta es la causa detrás de la intensificación de dichos eventos.
Esta desconexión entre los impactos y su causa subyacente refleja cómo el cerebro humano lidia con las amenazas. Esto es, simplificando un proceso muy complejo: el cerebro valora las amenazas según pueda recordarlas. Generamos aprendizaje a partir de experiencias previas y ese conocimiento nos permite valorar los estresores.
La experiencia de una sequía o un incendio forestal, por ejemplo, es más inmediata, cercana y vívida, por tanto, más fácil de recordar que el cambio climático. Nunca antes la humanidad había experimentado un cambio tan radical en su sistema climático, que, además —por sus características—, puede pasar desapercibido en el día a día.
Otro punto a tener en cuenta: el cerebro está configurado para sobrevivir. Por ello, recurre al estrés para priorizar. En este sentido, la amenaza más inmediata, cercana y vívida siempre estará primera en la lista. En cambio, el cerebro tiende a adaptarse a las experiencias diarias, sean estresantes o no.
El cambio climático es tan grande y complejo que tiende a normalizarse y pasar a un segundo plano ante una situación más apremiante. Poniendo un ejemplo proveniente de otra temática: las personas resuelven primero el hambre antes que la pobreza.
Lidiar con la incertidumbre
Lo otro es que nuestro cerebro es malísimo para lidiar con la incertidumbre. Las certezas permiten a las personas tomar decisiones menos riesgosas. Y el clima, como sistema complejo que es, suele ser aleatorio, desordenado e incluso caótico. Desde la ciencia se han realizado esfuerzos de modelado para proyectar escenarios. Sin embargo, el lenguaje técnico excluye a la mayoría de las personas de la conversación.
Una cosa más: el ser humano tiene una esperanza de vida, promedio, de 70 años. La temporalidad de su vida es ínfima comparada con la temporalidad del planeta y, por ello, a nuestro cerebro se le dificulta ir más allá en el tiempo. Nos cuesta dimensionarlo.
Entonces, ¿cómo contar el cambio climático para promover la acción? Alejandra Manes Rossi, estratega digital de PxP, recomienda recurrir a narrativas que privilegien las intersecciones entre el cambio climático y otros temas que son más cercanos a las personas como salud, derechos humanos y decisiones cotidianas, entre otros. Esto, con el fin de conectar con la gente.
“Hay tantas historias que contar dentro de la historia del cambio climático”, sumó Chani Guyot, fundador y director del medio argentino Red/Acción.
Es imprescindible conectar las acciones individuales con el cambio global, se interpreta, también, de las conclusiones de un estudio científico publicado en la revista Climate Change en 2019. “Hay que articular acciones muy explícitas y explicar bien sus beneficios para incidir en la motivación individual, y emplear enfoques de esperanza y no de miedo para cambiar comportamientos”, señalaron los autores.
Conectar con la gente
La científica social Bec Colvin, en su lectura de los resultados de la encuesta elaborada por el Instituto Lowy en 2020, destacó que la narrativa climática no puede construirse únicamente a partir de datos: muchos factores ligados a la pertenencia social también inciden en ella.
Para muchas personas, las narrativas climáticas están mucho menos relacionadas con la valoración de la ciencia del cambio climático que con la expresión de la pertenencia social en relación con el cambio climático. No somos partidistas ideológicos: somos partidistas expresivos que buscan la pertenencia y la coherencia con nuestro grupo de identidad y cultivan puntos de hostilidad y diferencia con los de fuera”, apuntó Colvin en su artículo.
Bec Colvin, científica social.
Investigadores de la Universidad de Columbia Británica analizaron 44 estudios publicados en los últimos cinco años sobre los sesgos atencionales y perceptivos del cambio climático, es decir, la tendencia a prestar especial atención o a percibir determinados aspectos del cambio climático.
La investigación procura explicar las razones cognitivas de la falta de acciones. “El cambio climático es un problema de comportamientos colectivos, por lo que, para abordarlo, hay que abordar primero los comportamientos”, declaró Jiaying Zhao, coautora del estudio publicado en Current Opinion in Behavioral Sciences.
Zhao y Yu Luo, quien también es coautor, observaron que personas con diferentes orientaciones políticas muestran diferentes prioridades de atención a la información sobre el cambio climático. En este sentido, se vio que la gente suele tener percepciones distorsionadas del grado de oposición de quienes no pertenecen a su grupo, lo que da lugar a una falsa sensación de polarización.
Los autores recomiendan encontrar puntos en común entre grupos diferentes y pusieron un caso: la familia. “Independientemente de su orientación política, si va a perjudicar a sus hijos, todos los padres querrán tomar medidas”, apuntó Zhao.
Otra sugerencia: tomar en consideración los valores del grupo. “Para los conservadores, esto podría incluir enmarcar las acciones proambientales como un beneficio para la economía, la construcción de una comunidad más moral y solidaria o el beneficio para las generaciones futuras”, destacaron los autores.
Distintas formas de ver la ciencia
Los investigadores de la Universidad Estatal de Portland, Brianne Suldovsky y Daniel Taylor-Rodríguez, descubrieron que dar a los conservadores la oportunidad de compartir sus propias experiencias puede ser una estrategia para sumarlos a la acción climática.
Lo más interesante para mí es que los liberales y los conservadores ven la ciencia del clima desde un punto de vista epistémico completamente diferente.
Brianne Suldovsky, Universidad Estatal de Portland.
La encuesta que aplicaron mostró que los liberales veían la ciencia del clima y el cambio climático como algo seguro e incluso sencillo de entender. También preferían recibir información de los científicos. Los conservadores, por su parte, la veían de forma diferente: mucho menos segura y mucho más compleja. Se basan en su propia experiencia para obtener conocimientos sobre el cambio climático.
“Esto tiene enormes implicaciones para la forma en que nos relacionamos con los conservadores. Hasta este momento, el enfoque ha sido darles más información de los científicos del clima, creyendo que eso hará el truco, y no es así”, señaló Suldovsky. “Una de las cosas que muestra nuestro estudio es que [la resistencia] podría deberse a que los conservadores buscan una fuente diferente para obtener conocimientos sobre el cambio climático: su propia experiencia directa vivida”, continuó.
Para ser efectivo en la comunicación, la investigadora recomendó un cambio de perspectiva: “Atender a las creencias filosóficas de la gente podría llevarnos más allá de este lugar donde nos centramos en los hechos. Este estudio demuestra que podemos ir más allá y hacer preguntas y medir cómo ve la gente el mundo. Eso podría llevarnos un poco más lejos.”
Sentido de comunidad
El escritor Jorge Carrión, en un artículo escrito para la revista del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, explicó que —con el Antropoceno— “no es sencillo pasar de una escala biológica a una geológica”.
“Este giro también conlleva cambios a nivel de relato. Si en el pasado la forma literaria dominante fue la mitología, en la modernidad las narrativas se han centrado en el individuo. Pero, esta nueva era requiere de una mirada que amplíe el foco”, señaló. “Si pasamos de autorías individuales a autorías complejas, el primer ejemplo que viene a la cabeza es el de las enciclopedias, que fueron redactadas tradicionalmente por equipos de pocas personas; Wikipedia, en cambio, la escriben varias decenas de miles (cuenta con unos 70.000 editores regulares). La inteligencia colectiva produce la crónica en tiempo real de nuestro presente, al tiempo que va versionando lo que sabemos sobre el pasado.”
Esa construcción colectiva se nutre de muchas fuentes: los sitios web, las redes sociales, los videojuegos, los podcast, la televisión, las artes escénicas y visuales, el cine y, por supuesto, la literatura.
“Algo que puede hacer la literatura es pensar otros mundos posibles”, manifestó la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara, autora de La Virgen Cabeza y Las aventuras de la China Iron (finalista del International Booker Prize del 2020), entre otras obras. “Y, en este panorama que estamos viviendo de no futuro, porque lo que vemos es un apocalipsis, la labor literaria puede contribuir al trabajo colectivo”, agregó.
Para la crítica literaria y escritora Flavia Pittella, los géneros literarios dan una mirada sobre el momento y, desde la ecoliteratura, “se mira la literatura desde el ojo de la ecología, del medioambiente”. Ejemplo de ello es Distancia de rescate, la novela de Samantha Schweblin cuya adaptación al cine se puede ver hoy en Netflix Latam, en que “el acoso que hay de los agroquímicos es casi omnipresente”. También está la propuesta de Margaret Atwood con su trilogía de MaddAddam, compuesta por las novelas: Oryx y Crake, El año de la inundación y MaddAddam.
A través de la palabra, la literatura ayuda a generar la conciencia que se necesita para saber que cada uno de nosotros, con nuestros actos, a través de los personajes que leemos, con sus pequeños grandes actos, somos absolutamente responsables de lo que generamos.
Flavia Pittella, crítica literaria y escritora.
Aparte de la concientización sobre la propia responsabilidad, tanto en la causa como en el aporte de soluciones, Guyot añadió un aspecto más: “Necesitamos conectar la agenda global con la agenda individual”.
En este sentido, Barbara Smith, gerente de marca de National Geographic, pone de ejemplo la narrativa impulsada por NatGeo para conectar a los individuos con la colectividad que representa el planeta a través de exploradores convertidos en narradores de historias.
“La misión de NatGeo es inspirar al explorador que todos llevamos dentro”, dijo. “Con ello queremos ampliar el conocimiento que tenemos del planeta y así empoderarnos para generar soluciones que nos lleven hacia un futuro más saludable, sustentable y sostenible para todas las generaciones.”
Pero, hay una cosa más. Para Smith, es prioritario pasar del storytelling (contar) al storydoing (hacer). Y puso un ejemplo: la campaña “Lo que haces cuenta”, que busca incidir para que las personas cambien sus hábitos. Como parte de ella, y en alianza con Radio Disney, se produjeron seis episodios de podcast con soluciones planteadas desde América Latina. También se implementó el proyecto “Amazonas en llamas”, una experiencia interactiva que emplea servicios de mensajería (WhatsApp, Messenger y Telegram), cuya conversación es guiada por Inteligencia Artificial, donde el usuario es el personaje principal de una historia de ficción y tiene la misión de evitar un futuro distópico y peligroso. “Para eso, el usuario debe entender los desafíos y peligros de la crisis climática, sobre todo cómo resolverlos”, detalló Smith.
Impulso utópico
“En medio de una gran excitación tecnológica llega el fin de la infancia para la humanidad. Tenemos que ponernos serios, pero, con los juguetes rotos, balbuceamos como niños. Nos quedamos observando la destrucción de nuestra propia construcción. La inercia es enorme y los intereses monumentales”, interpeló la escritora Claudia Aboaf, autora de El Rey del Agua, entre otras novelas, y parte del colectivo “No Hay Cultura Sin Mundo”.
Remató: “¿Tenemos ya suficiente grado de catástrofe? ¿O necesitamos el don de la profecía, como se le ha adjudicado a la ciencia ficción, para saber si la humanidad está a la víspera de una revolución o ya en el colapso?”
La misma escritora mira a la utopía como ese elemento constructor de realidades. “Surge un deseo narrativo de pensar en lo que viene para nosotros, de adelantarnos a la oscuridad y las cenizas. Con la humanidad a la orilla de la extinción, parece necesario cambiar las historias asesinas por otras versiones, que no dejen a nada ni nadie afuera”, expresó.
En esa construcción de un futuro inclusivo, Jazmín Troche, editora visual del medio paraguayo El Surti, rescató el poder de la comunicación visual como herramienta para sumar. “Bien pensada, puede tener efectos sorprendentes. Sobre todo cuando hablamos de sectores usualmente olvidados, puede tener ese efecto de empatía, hacerlos sentir parte, hacer comprender un mensaje y hacerles llegar un mensaje”, explicó. Es decir, la narrativa pasa también, y necesariamente, por los derechos humanos.
Para Aboaf, existen dos claves que rigen el impulso utópico: el desplazamiento del yo por el nosotros, y la readecuación de nuestro minúsculo y frágil papel en la biósfera. “El ejercicio que hace la literatura es tender un puente sensible con el lector”, destacó. “Te saca del ensimismamiento y te propone un ejercicio de pensar mundos alternos.”
No obstante, la narrativa no alcanza. “La acción debe construirse entre todos”, enfatizó Pittella. Cabezón Cámara complementó: “La única forma es el trabajo colectivo, es el activismo, es la militancia”
Coherencia y consumo
El 70% de los argentinos consideran que el cambio climático es un problema del presente, se desprende del estudio realizado por la consultora Poliarquía en agosto de este año, por encargo de PxP.
No solo eso, la mayoría de los entrevistados (75%) considera que el cambio climático afecta entre bastante y mucho a la economía en la actualidad; que lo afectará a futuro (78%); y que luchar contra él debe ser una prioridad del Gobierno hoy (76%). Asimismo, el 73% manifestó que el modo en que consumimos y el cambio climático están bastante relacionados.
Los números coinciden con una observación realizada por el empresario Lucas Campodónico: las personas están cada vez más conscientes, ya no ven incompatibilidades entre ambiente y economía.
Es más, y como ejemplo de esto, el mercado está empujando al sector privado. Algunas empresas, según Campodónico, se están organizando alrededor de comunidades de consumidores coherentes. Esta es una tendencia que va más allá del consumo responsable, ya que la persona prefiere incluso hacer todas sus compras a una compañía porque cree en su filosofía de sostenibilidad.
Según Campodónico, a los consumidores coherentes les importa más la sostenibilidad de la empresa y su proceso de producción que la marca. “Ya no se comen el cuento de la marca, ahora les importa más la empresa”, dijo.
Eso ha llevado a grupos de empresas a trabajar en red, bajo esquemas de economía circular, donde los residuos de un proceso se convierten en la materia prima de otro y así sucesivamente.
A ello se suma el activismo digital, que, para Guyot, también es parte del menú. “Hay diversos niveles de compromiso. Mientras existe gente que se siente llamada a asistir a una reunión presencial, también las personas que deciden separar los residuos en su casa están haciendo activismo. Y también está el activismo digital que, para algunos, puede ser una puerta de entrada al tema”, destacó Guyot.
En este sentido, resaltó Aboaf: “El clima parece ser la última fuerza política”. A lo que Cabezón Cámara sumó: “Cuando nos juntamos hacemos política”.
Y se puede hacer política desde las acciones, sean estas decisiones de consumo, electorales o informativas. A fin de cuentas, toda acción puede ser un manifiesto de principios cuando se pretende construir futuro.