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Por Laura Rocha

La pandemia generada por el Covid-19 confirmó lo que los científicos advierten hace años: la relación entre la humanidad y la naturaleza está quebrada. Los días de confinamiento estricto mostraron, en ambos hemisferios, que sobre nuestras cabezas había cielos dignos de ser admirados, que el aire limpio traía esos aromas que la combustión vehicular transforma, y que especies que no merodeaban por sus ambientes hace tiempo, volvían a aparecer.

Sin embargo, estas novedades que se combinaban con escenas distópicas de megaciudades vacías no duraron mucho tiempo. El confinamiento, en el que aún medio planeta sigue viviendo, no impidió el avance de lo que, pareciera, nos trajo hasta este punto.

Aunque está comprobado que el nuevo coronavirus se originó en una zoonosis por la irrupción del hombre en los ambientes naturales, el comercio legal e ilegal de especies silvestres y la deforestación no sólo siguieron su inercia, aumentaron.

Sí, así de ilógico como suena: los índices de desmonte del pulmón del planeta, el Amazonas, están marcando nuevos récords. La misma tendencia siguió nuestro Gran Chaco Americano. Y, frente a las costas del río Paraná, en el peor momento de la pandemia, los incendios en las islas del Delta del Paraná comenzaron con una fuerza e intensidad que recuerda a 2008.

Hay menos circulación vehicular, pero los gases de efecto invernadero (que causan la crisis climática) alcanzaron un nuevo pico y las noticias que los científicos nos dan respecto del balance de los días en que el planeta se paró no son alentadoras: “Tendrá efecto nulo en el proceso del cambio climático. La concentración de gases es acumulativa y no se detiene”.

Pero, no todas son malas noticias desde que en marzo el mundo cambió: muchos países comenzaron a anunciar planes de recuperación que incluyen sostén económico a actividades e industrias que aporten al nuevo futuro, uno sostenible y más verde. Por supuesto, en América latina aún no hay nada para analizar en ese sentido. Y menos, en la Argentina.

En nuestro país, uno de los que cuenta con mayor potencialidad de desarrollo de las energías renovables, se insiste con la formación de gas y petróleo no convencional Vaca Muerta. No alcanzó con establecer un precio sostén del barril criollo, sino que la nueva zanahoria es la creación de un mercado de gas natural licuado, cuyo costo es sideral y que empezó a mostrar pérdidas en el mundo.

El otro gran salvavidas (después de sortear el default) que se propone en estas pampas es la producción de carne porcina para exportar a China. Transformar al NEA y al NOA en chiqueros haciéndole el juego a Xi Jinping, que quiere externalizar los costos que las pestes le generan en sus territorios. Es decir, que las consecuencias de la producción industrial a gran escala las tenga otro. En fin.

Ahora bien, la idea no es deprimirlos. La intención de este nuevo espacio es dar impulso a la acción. Es momento de que todos los sectores de la sociedad, especialmente la sociedad civil ambientalista, sean contundentes. La ventana de tiempo para actuar es cada vez más estrecha. No alcanza con documentos con recomendaciones redactados para quienes financian los proyectos. Es hora de accionar y de reclamar. No tenemos más tiempo para darle espacio a nuestros gobernantes para que aprendan.

El cambio tiene que comenzar en algún momento: no será inmediato ni tampoco se pretende que lo sea. Pero, tenemos que reclamar que se defina el Día D. Sólo en ese momento podremos empezar a pensar en un futuro posible. Hoy, las agrupaciones juveniles son las que están liderando estos reclamos, en la Argentina y en el mundo. Recorren parlamentos y estrados judiciales. Queda claro que, como ellos no se cansan de escribir en sus carteles: “Si perdemos la lucha ambiental, ninguna otra tendrá sentido”.

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