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Suele hablarse del gas natural como el combustible fósil “menos malo” o “más ecológico”. También, como el “combustible de transición” hacia un futuro energético bajo en emisiones, ya que genera menos gases de efecto invernadero (GEI, los causantes del cambio climático) que el carbón y el petróleo.

Y sí, es cierto que, comparativamente, el gas produce menos dióxido de carbono (el GEI que más contribuye a la emergencia climática). Pero, esto ocurre porque su componente principal es el metano, un GEI que tiene un potencial de calentamiento global 86 veces mayor durante los primeros 20 años después de que se libera a la atmósfera.

En la actualidad, estamos siendo testigos de un peligroso aumento de las emisiones de metano. Sus concentraciones en la atmósfera alcanzaron las 1875 partes por mil millones a fines de 2019, más de dos veces y media los niveles pre-industriales.

Así, la actual trayectoria de las emisiones antropogénicas de este gas nos encaminan a escenarios de calentamiento superiores a los 3°C para 2100 (recordemos que el objetivo del Acuerdo de París es que este no supere 1,5°C o, máximo, 2°C para ese mismo año).

Evolución de las emisiones de metano en la atmósfera en los últimos 2000 años (datos obtenidos de registros en el hielo y la atmósfera)

Fuente: BoM/CSIRO/AAD – The Conversation.

Desde la década 2000-2006 hasta 2017, las emisiones de metano treparon casi un 10%. Y el 60% de este incremento responde a actividades humanas, entre las que se incluyen la producción y el uso de combustibles fósiles, así como también la agricultura, ganadería y vertederos, y la quema de biomasa.

Peor con el fracking

Recordemos que, en Vaca Muerta, no hablamos de gas convencional, sino de shale. Esto es, de fracking. Y aquí la situación se agrava por las intensas fugas de metano que esta actividad genera a lo largo de toda su cadena.

Es más, algunas investigaciones apuntan que esta técnica es la principal responsable del aumento de las emisiones de metano en las últimas décadas, en particular las provenientes de las operaciones de gas de esquisto en los Estados Unidos y Canadá. Es por ello que ya se habla de que este es tanto o más contaminante que el carbón.

Hay alrededor de 50.000 millones de toneladas de dióxido de carbono bajo el suelo en Vaca Muerta, lo que equivale a alrededor de 1,5 veces las emisiones globales del sector Energía. Dicho de otro modo, según la Red Global de Gas y Petróleo, si las reservas gasíferas no convencionales de Vaca Muerta se explotan al máximo, consumiríamos el 11,4% del presupuesto de carbono que le queda al planeta para llegar al 1,5°C de calentamiento global. Es decir, su contribución a la crisis climática es enorme.

La pregunta, entonces, es: ¿por qué habríamos de reemplazar un combustible fósil por otro para solucionar los problemas que estamos causando en el clima mundial? Sobre todo, teniendo presente que las energías renovables no solo son una opción mucho menos nociva para el ambiente y las personas, sino también muy rendidoras en lo económico, con costos que las hacen mucho más competitivas que los combustibles fósiles, en general, y que el fracking, en particular.

Además, recordemos que la Argentina es signataria del Acuerdo de París de 2015. Incluso, fue uno de los primeros países en ratificarlo. Se comprometió a limitar el aumento de la temperatura media planetaria a 1,5°C y a ser carbono neutral para 2050. Tiene la obligación de cumplir. Por ley, debe reducir su huella en la atmósfera. No puede mirar al costado.